1 Juan 3: 1 - 3.
Esta es una de las buenas nuevas del evangelio. Todos los que recibieron a Jesús, los que creen en su nombre tienen potestad de ser hechos hijos de Dios. Esta calidad no es un título humano, es una identidad espiritual. Es lo que somos desde ahora, aunque aún no se haya manifestado en su forma tangible: “… aún no se ha manifestado lo que hemos de ser…” Así como somos salvos en esperanza, somos hijos de Dios en esperanza, hasta la manifestación gloriosa de los hijos de Dios. La cual aguardamos con ansias.
Continúa diciendo: Por eso la gente no nos conoce, porque no le conoce a él. Seguramente la gente no le crea si usted le dice que usted es hij@ de Dios, o lo más probable es que le digan que todos lo somos.
- Si ahora somos hijos de Dios, antes, ¿Qué éramos?
Pablo enseñó de esta manera a los gálatas: Gal 4:1 – 8.
Con analogía humana Pablo nos enseña que mientras el heredero es menor de edad (inhábil, incompetente, inmaduro), es igual a cualquier esclavo de la familia, depende de las personas que lo cuidan y le enseñan, hasta el día en que cumple la edad determinada por el padre para hacerlo heredero de todas sus fortunas.
Esto eran las personas antes que se manifestara Cristo, y esto éramos nosotros cuando, habiéndose ya manifestado Cristo, no lo habíamos recibido.
Antes del cumplimiento del tiempo: antes de Cristo.
Los judíos: Estaban bajo la ley. (5)
Los gentiles: Estaban bajo los rudimentos del mundo (3). Servían a los que por naturaleza no son dioses, al palo, al yeso, al metal (8).
Cuando vino el cumplimiento del tiempo: estando ya presente Cristo.
Tanto judíos como gentiles: Hemos sido redimidos a fin de que recibamos la adopción de hijos. Y una vez como hijos, Dios nos sella enviándonos el Espíritu de su Hijo, por el cual podemos invocarle. Y ahora podemos recibir la herencia. (4 – 7)
- Ahora somos hijos de Dios: Una expresión de identidad.
Alguien en la antigüedad se preguntó: ¿Qué es el hombre para que tengas memoria de él? ¿O el hijo del hombre para que lo visites?
Una interrogante que manifiesta cierto desconocimiento de su propia naturaleza e identidad o quizá mejor, un perfecto conocimiento de su naturaleza y debilidad. En la antigüedad los siervos de Dios no podían explicarse tanta gracia y misericordia para con el hombre que según su misma naturaleza se resume al polvo. Sus días son como un soplo que pasa. Dura poco tiempo. Sin embargo si esa fuera nuestra única realidad, como dijo Pablo: seríamos los más dignos de lástima.
Hoy sabemos lo que somos para Dios. Y esto procede de él. Él fue quien lo determinó, es algo que nadie puede cambiar, nadie nos puede privar de ello. No sé si usted se sienta como tal cuando se para frente a un espejo. Porque esto no es algo que se pueda apreciar a simple vista.
Ser hijo de Dios es algo que se es en el interior y se manifiesta en tu obrar. Ser hijo de Dios es tu identidad, tus obras son resultado de tu identidad y no al contrario.
Jesús nos hizo nacer del agua y del Espíritu. Lo que nace del espíritu, espíritu es. Somos nueva criatura, hemos sido revestidos de Cristo. Lo que éramos en el pasado, lo que somos para el mundo ya no interesa.
Veamos los siguientes textos:
- Gal. 2.6: La reputación de los hombres delante de Dios no importa, no importa la fama, el buen nombre o los títulos. Eso no te hace más si los tienes, ni te hace menos si no los tienes.
- Gal. 3:27 – 28: Tu nacionalidad no te distingue delante de Dios. No hay raza superior o país sobresaliente.
Ante la gente del mundo la identidad de una persona está definida por muchos factores, entre ellos:
- Nombre: (Apellido, si es de familia adinerada o es de familia pobre.)
- Cuánto tienen: La gente es estimada por su fortuna, lo que poseen, cuánto ganan. Hay gente que cambia su forma de ver a los demás cuando visten de saco y se mueven en carro.
- Cuánto saben: “Estudia para que seas alguien en la vida” . El que no estudió no es nadie, carece de identidad, según esta forma de pensar.
- La apariencia física: Cómo vistes, como luces, tu aspecto es la primera cosa por la que la gente te identifica y te juzga.
Ser hijo de Dios, es una identidad que nada de estas cosas mundanas, físicas o externas, pueden cambiar o poner en tela de duda. El que siempre ha querido ponerla en tela de duda es el diablo, desde que lo hizo con el Señor: …Si eres Hijo de Dios di que estas piedras… Si eres Hijo de Dios, échate abajo.
La verdad es que importa poco si el diablo y el mundo no reconocen quién es usted. Lo más importante es que usted comience por creerlo y se apropie de esa identidad que Dios le ha dado, y comience a tratar a los demás en base a esto.
Un día esa identidad se hará manifiesta ante todo el mundo y delante de los que no te creyeron y quisieron humillarte y juzgarte en base a todo lo que mencionamos antes.
Jesús vino a enseñarnos lo importante que somos para él y también lo somos para este mundo perdido, aunque la gente no lo acepte.
Nosotros somos la sal de la tierra. Nosotros somos la luz del mundo.
Qué es lo que nos compete como hijos de Dios ahora.
Efesios 5:1, 2
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